En el 2001, el perfumista español Alberto Morillas cumplió una obsesión, de esas que sólo Thierry Mugler puede tener. El diseñador le encargó que hiciera una fragancia que le recordara al olor que tenía la piel luego de ducharse con un jabón que había traído de un viaje a Marruecos.
Hay otras teorías de cómo surgió el espíritu de Mugler Cologne, pero la que he mencionado en el párrafo anterior es mi favorita. A pesar del misterio que hay alrededor, este eau de toilette es sencillo, lineal y apunta báasicamente a prolongar la placentera sensación de estar “recién bañado”.
Al principio es pura frescura, un splash cítrico: no de un dulce limón, sino de una verde lima. Segundos después eclosiona otro tono de verde –similar al gálbano por un leve toque terroso- compuesto de neroli y bergamota. Y en el momento que empieza a ponerse “sucio”, da un giro de 180°: la mente se retrotrae inevitablemente al recuerdo de algún jabón antiguo, con destellos herbales (será… ¿Heno de Pravia? ¿Jabón Maja? ¿Alguno de Roger & Gallet?).
El efecto ‘piel limpia y fresca’ es una obsesión de muchos (no sólo del Sr. Mugler), buscado tanto por hombres como por mujeres que no desean llamar la atención o tampoco llevar perfumes muy complejos. Dicen que el secreto para lograr este efecto estaría en una tal “molécula S”. Yo creo que es la justa medida de almizcle como nota de fondo. La cuota de misterio se la dejamos a la historia del jabón marroquí.
Virginia
Origen de la muestra: regalo de un familiar
Nota: la versión original de esta reseña fue publicada en el blog Notas & Acordes el 21/12/11.
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