Sí, la descripción que hace el título es escandalosa y no se condice con el “fucsia Barbie” del envase. Sin embargo, Anné Pliska Eau de Parfum (1987) es un arma de seducción de doble filo, ni más ni menos que eso. Para una nariz distraída y poco “observadora” este perfume sería un ambarado avainillado más, que raya en lo gourmand. Pero… a no juzgarlo tan a la ligera.
Sus notas de salida mezclan lo cítrico amargo de la bergamota y la cáscara de naranja, que a los pocos segundos comienzan a contrastar con una cremosa vainilla. El dulzor de esta última será la trampa -o mejor dicho, la carnada- que atrae a la presa.
Si andábamos desprevenidos creyendo que estábamos ante un lindo gatito, sentiremos el zarpazo olfativo de una fiera que nos ataca desde las sombras: el jazmín, desprovisto totalmente del lado floral, aporta su nota más sucia… digamos, fecal. Dura apenas unos segundos y, antes de que se torne nauseabunda, llega el almizcle a poner orden y armonía.
“¡¿Fecal!?”, sí, leyeron bien. Aunque suene desagradable, acordes que producen ese efecto (o componentes extraídos de animales, como la civeta o el castóreo) históricamente han sido utilizados en perfumería para remitir al cuerpo, a la sensualidad y, más puntualmente, a lo sexual. Dicho ésto, ¿verdad que el título cobra nuevo vigor?
Desde ya que las notas animales son utilizadas en ínfimas dosis. Oler esos ingredientes -en estado puro y aislados de una composición perfumística- son lo más asqueroso que hay sobre la Tierra. Doy fe de ello.
Virginia
Origen de la muestra: comprada en Luckyscent.
Nota: la versión original de esta reseña fue publicada en el blog Notas & Acordes el 27/03/12.